2. Miami (EE.UU.), la terminal
Seguramente os suene la historia de Mehran Karimi Nasseri, un hombre iraní que vivió en una terminal del aeropuerto de París durante casi 20 años. Vale, nosotros tanto tiempo no hemos estado, pero dos días atrapados en el aeropuerto de Miami dan para mucho.
(11-02-14) El viaje comenzó temprano, a las 3:30 de la mañana partimos rumbo a Madrid, donde nos esperaba un avión a Miami a las 10:30. En la teoría, porque en la práctica por problemas técnicos el avión saldría unas tres horas más tarde. Consecuencia: perder automáticamente el avión que desde Miami nos iba a llevar a Perú. Pero no pasaba nada, porque según la tripulación de American Airlines en Madrid, en Miami se ocuparían de nosotros.
El primer viaje en avión fue según lo previsto: un coñazo. Pero en buena compañía, los coñazos se llevan mejor. Entre cabezadas, paseos al baño, comidas (extrañamente buenas), charlas, canciones, autodefinidos y algún sudoku pasaron las once horas de recorrido.
El aeropuerto de Miami
A las 17:00 (hora local) estábamos en Miami, pero nadie se iba a ocupar de nosotros. Más bien, todo lo contrario. El desembarco fue muy estresante. La paranoia reinante en los Estados Unidos con el tema de la seguridad en los aeropuertos roza lo humorístico. Quítate el cinturón, las botas, los objetos metálicos, vacíate los bolsillos, separa los líquidos y prométeme que no vas a matar al presidente. Y el problema no es el método en sí, que ya es archiconocido, sino las formas. Por más que explicáramos nuestra situación al personal del aeropuerto, ellos se limitaban a escurrir el bulto dándonos soluciones completamente aleatorias. Finalmente nos dijeron que había otro vuelo a Lima a las doce de la noche.
Pero no, después de sufrir aduanas, controles y esperar pacientemente nuestro turno, el avión estaba lleno y tendríamos que probar suerte el día siguiente. «¿Nos pondréis un hotel, al menos?»
Ilusos de nosotros. Por mucho que reclamáramos, nadie movería un dedo por nosotros. Pero ni por nosotros ni por esta señora, quien también sería abandonada a su suerte.
Escudándose en no se qué de un festival de música, nos dijeron que todos los hoteles de Miami estaban llenos, y que tendríamos que quedarnos en el aeropuerto. Y, como en ocasiones anteriores, dormir en el suelo fue una pesadilla. Al más puro estilo homeless montamos un campamento junto a una de las zonas de embarque y ahí tratamos de dormir. Y digo tratamos porque entre el frío que hacía, que estaban encendidas todas las luces y que un altavoz no paraba de sonar… resultó muy complicado.
(12-02-14) A la mañana siguiente, tan pronto como empezaron a aparecer los primeros pasajeros, levantamos el campamento, nos duchamos en el grifo del baño, y nos fuimos a continuar con nuestras reclamaciones.
Y en ese momento nos dijeron que cómo es que no nos habían dado un hotel el día anterior y que si queríamos uno para ahora. Evidentemente, lo aceptamos, aunque solo fuera para quitarnos el olor a terminal.
Allí dejamos nuestras mochilas y aprovechamos para hacer algo de turismo por Miami. No pudimos ver mucho más que la zona típica de playa, y las condiciones en las que vimos no eran las mejores, pero podría decirse que nos esperábamos más de una ciudad con tanto nombre.
Miami Beach
En pleno invierno, 25 grados. Pasamos la mañana paseando por la playa, y fotografiándonos en las típicas casetas de los vigilantes.
Eso sí, la playa son de arena blanca, muy finas y están muy limpias.
Tras comer, nos alejamos un poquito del mar y nos perdimos entre sus calles. Llamativa la combinación entre casas de una planta y pisos de cincuenta. Es curioso porque, tras tanta película americana, uno tiene la sensación de haber paseado antes por Miami.
Por la tarde, de vuelta al hotel, ducha reparadora, y al aeropuerto, nuestra segunda casa. Allí nos esperaba un avión rumbo a Lima a las 00:00 con nuestros nombres. Eso sí, llevábamos tanta paliza encima (apenas habíamos dormido 6 horas de las últimas 36) que algunos caímos antes de que el avión siquiera despegara. Llegamos a Lima a primera hora de la mañana. Momento taxi.
Demencial. Todo el mundo debería recorrer al menos una vez en la vida la salida del aeropuerto de la capital peruana en coche. Nunca antes había visto tanta infracción vial en tan poco tiempo. Ser taxista en Lima es profesión de alto riesgo. Nos dejó en el barrio Miraflores, uno de los distritos tranquilos de Lima, en un agradable hostal. Y a pesar de que llegamos a una hora prudente y podríamos perfectamente haber aprovechado bien el día… entre siestas, comidas, charlas y más comidas, pasamos el día en el hostal. Desde aquí os escribimos. Os prometemos que hoy saldremos a ver algo de la ciudad y que a partir de mañana comienza nuestro viaje al Perú profundo. Por supuesto, vosotros seréis los primeros en enteraros. Feliz San Valentín al estilo Lima.
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