10. Más vale tarde…
Tenéis que entenderme, acabábamos de recorrer unos 10000 kms en 21 días. Una paliza, una agradable paliza. Claro, luego llegas a casa, a tu cama de siempre, a tu ducha sin chancletas… y te da pereza volver a escribir.
Tenéis que entenderme, acabábamos de recorrer unos 10000 kms en 21 días. Una paliza, una agradable paliza. Claro, luego llegas a casa, a tu cama de siempre, a tu ducha sin chancletas… y te da pereza volver a escribir.
Estamos arruinados. Bueno, a ver, arruinados tampoco porque en nuestras huchas-cerdo españolas seguimos guardando algún ahorro. Pero lo que es la cuenta del viaje la hemos dejado a cero. La razón de nuestra crisis tiene nombre propio: Finlandia y Suecia. Recordaréis que nos lanzamos a la aventura con un presupuesto de unos veinte euros persona/día. Con ese dinero en Polonia, Lituania y Letonia se puede vivir como un conde, en Estonia como un marqués y en Finlandia y Suecia te da para vivir con un vagabundo.
Lo recuerdo con frío. No sé si era por los nervios o porque Papá Noel siempre dejaba abierta la ventana de la habitación de mi abuela cuando salía. En Pamplona, los inviernos son duros y yo año tras año me preguntaba lo mismo: ¿por qué no cierra la ventana? Aunque la duda dejaba de importarme en el mismo momento en el que veía todos los regalos que había dejado.
En el último rincón del último pueblo de la última región de Finlandia también encontrarás a alguien que hable inglés. Da igual edad, da igual sexo, da igual clase social. Preguntar a un finlandés si habla inglés es como preguntar a un español en España si hay un bar cerca. El nivel educativo de esta gente deja todavía más en evidencia nuestro cutre nivel de inglés de libro de colegio.
Si no llueve, hace frío. Si no hace frío, hace viento. Si no hace viento, está nublado. Si alguna vez ha salido el sol, debíamos de estar echando la siesta. Entre una cosa y otra vamos a volver más blancos de lo que nos fuimos (mira que eso es difícil). Lejos de mejorar, el tiempo empeora conforme nos acercamos a Laponia. Si esto sigue así, vamos a tener que acabar por comprar unas chancletas de piel de oso o directamente cambiar el nombre del viaje: “A Laponia con fiebre”.
Dos noches seguidas durmiendo en hostal dan para mucho, y más si te toca compartir habitación con otros doce. Entre ellos: un grupo de adolescentes de escasa higiene o un extraño latinoamericano que gusta de levantarse gritando a las cinco de la mañana. La historia de este latino debe de dar para escribir un libro: nos lo encontramos con un ojo morado, casi nunca salía de la habitación y dormía siempre con la ropa del día. Aunque sin duda lo peor del hostal era lo mal que olía el primer día.