3. El lago Bled, nuestra primera vez
Seis de la mañana. Puede parecer temprano pero después de pasar una noche al raso cualquier despertar es bueno. Era momento de iniciar nuestra ruta ferroviaria hasta la frontera con Eslovenia. Misteriosamente, tras una sucesión continua de retrasos llegamos a la hora que marcaba el billete.
Aunque puede ser que con nuestro ticket de 23€ nos tomáramos demasiadas licencias (comodísimo el Ave Italiano).
Autostop en la frontera Italia – Eslovenia
Fin de trayecto. Estábamos en Cividale, el rincón de Italia más cercano a Eslovenia. Se acabaron las conexiones de tren y autobús. Se acabaron las excusas para no hacer autoestop. Iba a ser nuestra primera vez y como tal iba a ser especial. Una bolsa de McDonalds puede ser el cartel perfecto si le echas un poco de imaginación. Y un paraguas abandonado es suficiente techo cuando hay que proteger tu única vía de escape.
Svino
Poco más de cinco minutos estuvimos con el dedo levantado hasta que apareció Gobar, un afable esloveno que trabaja en Italia y a quien hicimos reír con una sucesión de chistes sobre italianos. En Eslovenia nos esperaban con las puertas abiertas (literamente). Aurora, catalana, conoció a Bine, esloveno, en París y la vida los llevó a Svino (norte de Eslovenia). Fruto de esta relación nacieron Amalia y Ana. Esta hospitalaria familia contactó con nosotros a través de Couchsurfing para ofrecernos alojamiento.
Eslovenia, un país que hasta hace poco casi ni sabíamos situarlo en el mapa, es verdaderamente espectacular. Una perfecta mezcla de lagos, bosques, montañas y niebla hacen de cada rincón un lugar único.
El Lago Bled
La mañana siguiente comezó en Bled, un impresionante lago de postal con un islote en el centro. Subidos en una inestable barca cisne (Diego y Álvaro a los remos) abordamos la isla, donde reinaba una iglesia con una campana que, en teoría, si la tocas se cumplen tus deseos. Pero nosotros no ponemos precio a nuestros deseos y la entrada costaba tres euros.
Tras devolver (ya sólo con Diego a los remos) el cisne a su nido, era hora de ir Liubliana, la capital eslovena. De nuevo acudimos al autostop, le estamos cogiendo el gusto. Esta vez, dos militares escuchando boleros fueron nuestros conductores. A día de hoy seguimos en Liubliana, tratando de solucionar un pequeño problema técnico de la cámara. Esperemos que se arregle rápido y podamos seguir retratando Europa.
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